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viernes, 8 de mayo de 2015

Cuando menos lo esperas, llega una historia.

Fijaos en lo caprichosas que son las musas. Esta mañana me he levantado como siempre a las 7. Nada más poner el pie en el suelo ha comenzado a martillearme una idea sobre una historia. Una idea simple, porque yo soy muy simple. Y como dice mi amigo Miguel Velasco Rebollo, me ha poseído de tal forma que no he tenido más remedio que, mientras desayunaba, tomar notas en mi cuaderno.


Y mientras iba de camino al trabajo, en la hora escasa que dura el viaje, le he dado forma. La historia es corta y simple, pero quería salir. Ocurre como con los partos, cuando comienza a empujar ya no hay quien lo mantenga dentro.
La comparto...


GIGANTES

No recuerdo cómo llegué hasta aquí. Ni cuándo. Incluso puede que naciera en esta habitación, no lo sé. Sólo sé que siempre he estado en este lugar, desde que me acuerdo al menos. Aunque mi memoria no es muy fiable que se diga. Más bien escasa. Por lo visto me viene de familia, según dicen. Después de todo, pensándolo bien, es bueno que me falle la memoria de vez en cuando y olvide las cosas. De otra forma no creo que fuese soportable mi situación.


Digamos que se me podría considerar una especia de prisionero, aunque yo no me siento como tal. Es verdad que mis movimientos están limitados por estas cuatro paredes y que casi nunca salgo de aquí (las pocas veces que lo hago es por un periodo corto de tiempo y siempre bajo supervisión). O sea, que no gozo de total libertad de movimientos fuera de este habitáculo. Pero suelo estar limpio, me alimento todos los días y, en general, mi vida aquí es plácida y tranquila. No suelen molestarme. A veces, incluso, he tenido compañía. Pero esto no ha ocurrido siempre. Todo eso depende de la voluntad de ellos: los gigantes.


Los gigantes son seres extraños, muy diferentes a mí y a los de mi familia. Ellos son los que me mantienen aquí, aunque como ya digo no suelen molestarme. Me mantienen encerrado y punto. Como digo son seres muy extraños y su comportamiento es raro. A veces gritan demasiado, sobre todo algunos de ellos algo más pequeños de talla pero que están continuamente en movimiento, saltando y gritando. Estos gigantes son seres de costumbres. Hay veces que desaparecen durante largo rato sin dar señales de vida y otras veces aparecen de pronto varios de ellos o alguno en solitario. Les gusta sentarse a leer largo rato, o mirar la tele absortos mientras otros como ellos gritan o se pelean entre sí. Y comer. Comen muchísimo y mucha cantidad. Sin embargo a mí, aunque me dan de comer a diario, me sirven poca cantidad de comida. Pero he de reconocer que no necesito mucha más para sobrevivir.


Lo que peor llevo de mi estancia aquí, llamadlo cautiverio si queréis, es la limpieza. Es un momento muy estresante para mí. Lo paso mal. Se agradece, es verdad, cuando el gigante mayor, que es normalmente el encargado de limpiar mi habitáculo, termina de hacerlo y me deja tranquilo y limpio. Pero mientras lleva a cabo la tarea me suelo agobiar bastante. Como si me faltara el aire. Creo que me he acostumbrado tanto a estar encerrado en este lugar y en este medio que me resulta un martirio cuando me sacan de la celda para limpiarla. Me ahogo fuera de ella. Por suerte no me limpian la habitación todos los días, aunque a veces lo preferiría porque no tengo un lugar concreto para hacer mis necesidades y, en ocasiones, el encargado de la limpieza tarda un poco en venir a limpiar y se me acumulan los excrementos. Cuando esto ocurre pienso que es un castigo que me dan por haber hecho algo que a ellos los haya molestado, pero no consigo saber qué es y me desconcierta un poco. No ocurre demasiadas veces, la verdad, pero cuando pasa es desagradable.


En cuanto al descanso dependo también de ellos. No es que esté muy cansado, porque no hago nada durante el día. Sólo me dedico a moverme por la celda de un lado a otro y pasar el tiempo. Pero sí necesito dormir, como todos. Duermo poco, la verdad, pero no puedo elegir los momentos en los que hacerlo. Tengo que amoldarme a su ritmo. Hay días que no se escucha nada y está todo oscuro la mayor parte del tiempo y días que hay muchísimo jaleo y la luz está continuamente encendida. Es especialmente insoportable cuando vienen otros gigantes de visita y comen y beben sin parar, armando jaleo, riendo, cantando. Pero ya digo que eso no ocurre mucho. Antes pasaba más veces que ahora.


He dicho que los gigantes comen mucho. Lo que no he comentado es que en su dieta también estoy incluido yo. Bueno, concretamente yo no sé. Pero sí les he visto comerse a algunos como yo. Los traen de otro sitio, porque conmigo no están. Al menos en mi celda. No sé si habrá otras celdas por la casa que yo no pueda ver. Creo que me he librado todavía de ser comido porque soy pequeñito y tengo poca carne, y los que he visto comerse eran grandotes. De cualquier forma sufro cada vez que los veo hacerlo. No se esconden. Lo hacen delante de mí, con toda naturalidad y sin inmutarse. Aunque bien es cierto que parece que no lo hacen así para asustarme ni para hacerme pasar un mal rato. Lo hacen, he llegado a la conclusión, porque les gusta hacerlo; les gusta nuestra carne. Algunas veces, cuando he estado muy decaído, he dejado de comer la comida que me ponen por miedo a engordar y crecer y que terminen comiéndome a mí también. Pero no he logrado aguantar más de un día sin probar bocado. Soy pequeñito y necesito comer continuamente. Además, como me aburro tanto sólo me queda comer. Así que, al final, me como todo lo que me ponen.


En definitiva soy consciente de que ellos, los gigantes, dominan mi existencia. Ellos deciden cuándo duermo, cuándo como, cuándo estoy limpio, incluso cuándo muero. Dependo absolutamente de ellos, aunque lo que más me desconcierta es que parece que no quieren hacerme daño. Es todo muy raro. En realidad no me importa mucho, soy feliz así, no necesito más. Será que sólo he conocido esta forma de vivir. Y, además, estar así me permite saberlo todo de ellos. No se esconden de mí para hacer nada. Es curioso, porque sí he notado que algunas veces se esconden entre sí, como si no quisieran que los demás gigantes los vieran hacer según qué cosas. Pero, sin embargo, no les importa que yo los vea. Ya digo que son de comportamiento extraño. Quizá confíen en mí. O quizá saben que, como dependo de ellos para todo, mi silencio es fácil de comprar. De todas formas no creo que a ninguno se le ocurra pensar que yo puedo saber tanto de sus vidas y sus costumbres. Nunca se han dirigido a mí para nada. Me dan de comer, limpian mi espacio y punto. Incluso, a veces, pienso por qué me tienen aquí, encerrado, si no les sirvo para nada. ¡Qué extraños son estos gigantes!


Últimamente aparece de vez en cuando un nuevo gigante que no conozco. Jamás lo había visto. Es joven y fuerte. Y muy cariñoso. Lo digo porque cada vez que lo veo está besando a otro de los gigantes. Alguna vez hasta se ha paseado sin ropa por la casa o envuelta la cintura en una toalla de baño. Al principio me resultó enigmático que siempre apareciera con el mismo acompañante, solos siempre los dos, y nunca en compañía de los otros que poblaban el lugar. Pero como son seres de comportamiento tan extraño he dejado de darle importancia. Lo que sí he notado es que cada vez aparece más a menudo el nuevo gigante joven y fuerte. Y que siempre es igual de cariñoso.


La verdad es que no sé por qué cuento todo esto sobre ellos. Quizá sea porque me aburro en esta celda húmeda y solitaria y me da por cotillearlos. Lo único que me entretiene es observarlos moviéndose de un lado a otro, haciendo sus vidas. Aunque, cuanto más los observo, menos entiendo el por qué estoy aquí retenido. Quizá se pregunte el lector cómo es posible que , estando yo encerrado, pueda observar a mis carceleros haciendo tantas cosas como he relatado. Pues bien, la respuesta es sencilla. La habitación en la que me tienen encerrado tiene las paredes de cristal, irrompible eso sí (al menos para mí, que lo he intentado), lo que me permite ver todo lo que ocurre a mi alrededor.
Es otra de las rarezas de estos gigantes tan extraños. Parece que les gusta mirarme de vez en cuando y que no les importa que yo los vea a ellos. He llegado a pensar que no me tienen encerrado en una habitación normal, con paredes normales, para no tener que abrir la puerta cada vez que les apetece observarme. Como si pensaran que con la puerta abierta podría escaparme. De ahí lo de las paredes de cristal. El caso es que yo se lo agradezco, porque así me distraigo observándolos a ellos, sus movimientos, y el tiempo se me pasa más rápido. Todo lo rápido que puede pasar encerrado en una celda.


Me divierten sus excentricidades. Hacen cosas rarísimas. A veces, sin motivo aparente, discuten acaloradamente entre ellos sentados frente al televisor en el que varias decenas de gigantes se mueven de un lado a otro corriendo. Otras veces hacen cosas desnudos, normalmente por parejas, mezclándose unos con otros como si estuvieran peleando pero de una manera suave, sin hacerse daño, incluso haciendo ruidos. Alguna vez sólo he oído los ruidos porque han estado lejos de mi campo de visión. A veces hay muchos de ellos juntos comiendo, o hablando. Otras veces hay menos. Entran y salen. Ya les digo, aunque son los únicos seres vivos que he visto en mi vida, que no dejan de sorprenderme cada día con su comportamiento. Me sirven de entretenimiento.


Por cierto, se acerca uno de ellos. Parece el mayor de todos. Se dirige hacia aquí. No sé qué querrá. Esperen un momento...


... Bueno, pues me han traído comida. ¿Qué estaba yo diciendo? Ah, sí, que no recuerdo cómo llegué hasta aquí. Ni cuándo. Incluso puede que naciera en esta habitación, no lo sé. Sólo sé que siempre he estado en este lugar, desde que me acuerdo al menos. Aunque mi memoria no es muy fiable que se diga. Más bien escasa. Por lo visto me viene de familia, según dicen. Es lo que tiene ser un pez y no un gigante de esos tan extraños con los que vivo.

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