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MI HERENCIA
Porque no sabemos el día,
porque no sabemos la hora.
Esa es la única verdad
que sabemos.
Por eso dejo en herencia,
ahora que puedo y quiero,
ahora que no me ahoga el
tiempo ni la prisa,
ahora que no vislumbro aún
el brillo del acero mortal y terrorífico en el horizonte,
ahora que todavía no he
sentido el hálito helado y paralizante
de la misteriosa dama
encapuchada,
ahora, dejo en herencia mi
vida.
Lego mi humanidad, mi
sencillez, mi alegría.
Dejo en este mundo, para
siempre, para todos,
la sonrisa que provoqué
en mis amigos,
las carcajadas de mis
hijos cuando juego con ellos,
los besos refrescantes de
ella (frasco pequeño pero interior intenso y apasionante),
los trozos de mi corazón
cuando fue roto,
las cicatrices de desamor
que lo han marcado,
los nuevos amores que
llegaron para ayudar a cicatizarlo,
el regusto dulzón y
agradable de los buenos ratos vividos,
la certeza de disfrutar
otros y mejores que están por venir,
los abrazos sinceros que
he dado
y, sobre todo, los abrazos
que he recibido;
las lágrimas que he
llorado y, también, las lágrimas que he reído.
Dejo en herencia al mundo,
a la tierra, al mar, a las gentes,
dejo la vida que he vivido
y la que viviré.
Dejo la huella que marqué
en las personas que me conocen,
en las que me han amado y
en las que me aman,
dejo también los
sinsabores de las que me odian.
Dejo en herencia mi
trabajo, mi contribución a las generaciones futuras,
los alumnos a los que
enseñé
y los que quedan por
enseñar,
las letras que, preso de
la locura transitoria, a veces osé juntar
y las que,
irremediablemente, me atreveré a plasmar alguna vez más.
Y nombro a la VIDA mi
albacea.
Ella será garante de este
legado.
Y sólo le pido que no
tenga prisa en leerlo y repartirlo,
que me permita añadir más
y mejores renglones
a este testamento que hoy
redacto
no porque tenga prisa en
marcharme y desaparecer
sino tan sólo porque no
sabemos el día,
sólo porque no sabemos la
hora.
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